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La lámpara de araña es un clásico entre los clásicos, y para hablar de sus orígenes hay que remontarse en la historia hasta el Medievo. Las arañas, que recuerdan por su nombre y forma al insecto de largas patas, se consideran derivaciones de las grandiosas coronas luminosas de las iglesias. En sus comienzos la formaban dos simples brazos cruzados horizontalmente y suspendidos con velas, que fueron sofisticándose con el paso del tiempo, con nuevos materiales y cada vez más adornos hasta convertirse en símbolo de ostentosidad.

Es un elemento decorativo de techo ramificado y con decenas de lámparas y prismas para iluminar con luz refractada. En los siglos XV y XVI sus brazos pasaron a ser de bronce o hierro, y en siglos posteriores fueron recargándose con sus característicos colgantes de vidrio llamados caireles, de cristal de roca en las casas más pudientes. Se convirtieron por entonces en piezas imprescindibles en palacios y casas de nobleza, el clero y comerciantes, como símbolo de lujo y de estado. Desde metales preciosos a valiosa porcelana china se sumaron a estas gigantescas luminarias, que colgaban de los techos de los más privilegiados, hasta el  s. XVIII cuando comenzaron a producirse en materiales más económicos llegando a muchos hogares.

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La araña más grande del mundo de cristal de Bohemia, un regalo de la Reina Victoria, se encuentra en el Palacio Dolmabahe en Estambul. Cuenta con 750 lámparas y pesa 4,5 tonelada

Durante muchos años la araña ha estado reservada a espacios eminentemente clásicos, hasta la actualidad que vuelven a ser tendencia pero completamente renovada gracias al vintage. Han pasado cinco siglos pero conservan intacta su belleza con nuevos colores, materiales y originales formas que sirven tanto para aportar un toque contemporáneo en sus versiones modernas a un estilo neoclásico, como para romper con acierto un ambiente minimalista.

Un clásico renovado que ha encontrado cabida en la decoración moderna, y que anima a muchos a restaurar antiguos diseños, a limpiar la vieja araña de la casa de los abuelos, dándole vida de nuevo con complementos como tulipas o pedrería en colores opacos, según el efecto que queramos conseguir. Eso sí, siempre aportando un aire distinguido allí donde la coloquemos, exigiendo un lugar adecuado para poder lucirse.

Por ello no se recomienda en techos bajos, donde pueden agobiar o quitar un espacio muy necesario. Por el contrario exhibirán toda su grandiosidad en zonas amplias, ya sea en el salón, escaleras o recibidor. Suponen toda una oportunidad de iluminar reciclando una lámpara antigua, o de apostar por la fusión de estilos, tendencia actual en la que todo está permitido.

 

(Fotos vía rigarlamp.com,  pinterest, wikipedia, ecologismos.com)